El fin de la época de los Padres apologistas comienza con un período de florecimiento que se inicia con el concilio de Nicea en el año 325, y concluye con el concilio de Calcedonia en el año 451. Es la época de un gigantesco esfuerzo por la completa evangelización del mundo antiguo, a la cual se le llama edad de oro de los Padres.
Después de casi tres siglos de persecuciones comienza un largo período de paz que facilitó extraordinariamente la expansión y el desarrollo del cristianismo. La fecha clave de este cambio se sitúa en el año 313, cuando el emperador Constantino, agradecido al Dios de los cristianos por la victoria militar que le aseguró el dominio del Imperio romano, promulgó el edicto de Milán, con el que quedaron revocadas las leyes contrarias a la Iglesia.
A partir de entonces, el cristianismo quedaba reconocido como religión y se le permitía a sus adeptos trabajar en las estructuras del estado.
Con la llegada de la paz religiosa, los cristianos pudieron edificar sus propias iglesias. Fueron levantadas las grandes basílicas en Roma, como las de San Juan de Letrán, San Pedro y San Pablo; y en Palestina, la basílica de la Natividad en Belén, y las del Santo Sepulcro y Monte de los Olivos, en Jerusalén.
También fuera de los territorios sometidos al Imperio Romano se propagó con fuerza el cristianismo, pero luego se frenó por la proliferación de herejías en torno a los dos grandes misterios centrales de la fe: El de la Santísima Trinidad y el de la Encarnación.
Gracias al influjo del Espíritu Santo sobre los Santos Padres de manera que pudieran cumplir con la misión de defender y exponer la genuina fe de la Iglesia, recibida de generación en generación desde los tiempos apostólicos; y a los Concilios ecuménicos en los que los obispos se reunieron para dilucidar tan graves cuestiones teológicas, la fe de la Iglesia salió indemne y fortalecida, e hicieron que fuera más consciente y vivida en la práctica. Son muchos los Padres de la Iglesia en este período, pero los más importantes son aquellos a los que se les atribuye el titulo de "Doctor eclesiástico" tanto en los Padres Orientales o Griegos, como en los Padres Occidentales o Latinos.