A comienzos de la era cristiana, tanto en Oriente, como en Occidente, el griego era la única lengua de la Iglesia, y esta situación se prolongó durante siglo y medio. Esta lengua, dado el alto grado de su desarrollo y su riqueza de vocablos y de formas, constituía el órgano más apto para dar a conocer las grandes verdades con las que nos iluminaría el cristianismo.
Mas tarde, en el mismo Oriente, el griego fue sustituido en parte por los idiomas de los diversos pueblos, especialmente por el siríaco y el armenio.
La necesidad de una literatura en lengua latina comenzó a sentirse cuando, en la segunda mitad del siglo II, el cristianismo se había difundido en Occidente, entre personas que no hablaban el griego. Para adecuarse a esta nueva circunstancia, los Padres en Occidente comenzaron a escribir en latín vulgar, hasta dejar más tarde, por completo, el griego.
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